miércoles, 25 de febrero de 2009

Carta al amigo.

Broco, ya me duele echarte de menos. Hoy he sentido una punzada, como tantas otras veces, pero casi me arranca el alma. He pensado ¿Dónde está pedro? ¿Dónde está esa parte de mi llamada Peri, esa parte de mi que sé qué camina con él y piensa que las cosas que hace las hace para que las comentemos?

Llevo unos días actuando con lucho en pozuelo, una cosa que nos ha salido, cómo siempre, sin comerlo ni beberlo. Ibamos a actuar en la furgo morada de carmela, en la furgo, siempre, un mechero que dice: Peri.

Sonreir.

Vengo de plaza de mayor de arrancarle a un saxo plateado que me han dejado la melodía mas bonita del mundo, cuando me he levantado, una chica hermosa me ha dicho: "qué bien" Y se ha marchado. Nunca me sentí tan solo.

Mariano se bebe vino bonito en las jam del tempo y pierrot toca el tambor solo en la calle. Luis criado y yo componemos, lucha le hace el amor a una actriz, yaguete le regala a carmen un cinturon para guardar cosas, el más bonito del mundo. Angel no aparece. Mi amigo miguel me calienta el alma y a veces david, su mejor amigo, me pregunta con esa sonrisa que solo el tiene: ¿esto le habría gustado a peri? Y siempre contesto: claro.

Tomate me llama un día y nos decimos que nos queremos, le embauco, me sosiega, y me encuentro a Mark paseando al niño, me dice que no ve a Felisa, pero que habló con él, delante de un café al que voy a escribir que se llama Jazz café. Allí Ella fizgerald nos canta que la vida es bonita, si la miras.

Es lo bueno que tiene la vida, que por poco que estes en ella, es bonita.

Me pregunto si miras al cielo y piensas que estamos juntos, me pregunto cómo sonará un saxo de madera a tu lado, me pregunto si todos los lugares del mundo guardan alguna respuesta sobre, compartir, elegir, soñar. ¿Buscamos lo que ya tenemos? ¿Somos locos buscando la oscuridad con una luz en la mano? De repente, estoy en el metro y me doy cuenta: soy. Y está todo dicho, hecho. No existe el tiempo. Hasta que empiezas a pensar de nuevo. Sin embargo: no huyas de lo que tienes porque comprarse una camiseta puede ser lo más espiritual que hagas.

Sin embargo, ayer tendría que haber escrito 50 folios y me fui a un parque. Mañana tengo una cena , todo me sonríe. Sin embargo debo dinero. Sin embargo estoy en mejor forma que nunca, sin embargo la soledad me ahoga, sin embargo nunca estoy solo.

A pesar de saber que eres yo, que me escribo esto a mi, que estamos co-creando esta conversación a ti mismo, que la escribo porque tu necesitas leerla y yo tu contestación, a pesar de saber que a la pregunta ¿quien eres? solo puedes contestar: este momento... A "pensar" y sin embargo, echo de menos. Tu sonrisa, tu risa, tu manera de mirar, la manera en que te veo cuando inclino la cabeza, tu forma de conducir, de confesarme que jamás nos pillarán, de decirte que el horizonte se nos queda corto, de acordarme de los mensajes que me dices que me acuerde, de darme cuenta que nuestros deseos no son nuestros, nos son cedidos: por eso corremos.

Corremos los unos hacia los otros y los unos hacia otro lugar, y sobre eso, está el saber que te conozco desde hace mil vidas. Que seguiremos encontrándonos. Hermano.

Y todo lo que le añada a te quiero, le resta.

Volver.



Cuando vuelves a las 3 de la mañana de tocar en plaza mayor, deberías ir pensando en afeirtarte, deberías ir pensando en atarte a alguien, deberías ir pensando en guardar dinero en un sobre, deberías cumplir con tus obligaciones, deberías dejar de llamar la antención, deberías coger y en plaza mayor a las 3 de la mañana, volver.

-Se tú mismo, hombre.

.Si. Porque tú lo digas.

martes, 24 de febrero de 2009

BSO

Este es el boceto de B.S.O que he hecho para el corto de mi querida Carmela, a ver que te parece.


lunes, 23 de febrero de 2009

Manual.



Estas enfadado con el mundo. Lo pasas canutas y él, el mundo, no para de sonreír. Cabronazo. Eres más tonto que el asa de un cubo y te gustaría borrarle esa sonrisa, hasta que un día llega el mundo jodido y tu te pones a sonreir como un tonto. Ya sois amigos. Ahora somos tu y yo, mundo. Empiezas a entender, sonríes, si no sabes hacer otra cosa, estás salvado.

*

Me gustaría poder decirle que la voy a querer siempre. Pero lo que realmente quiero oír es que me va a querer siempre a mi.

Fúmate cinco cigarros seguidos y verás lo que estás haciendo lentamente. Si vas a fumar, cómprate alguna marca de cigarros que no se consuman solos. Si vas a beber, mezclalo bien, hazte un cóctel, tómate tu tiempo, nadie dice que no bebas pero es tu bebida, disfrútala.

Si vas a ir de artista por la vida, está bien, probablemente tardes en ser uno hasta que no sepas ordenar tu cuarto, o tu casa. Mira a ver cual es tu manera de ordenar. Si vas a drogarte, hazlo con la gente a la que quieres, si no los encuentras, probablemente sea mejor no drogarte.

Si vas a irte de putas, hazle el amor, si no pudiste, fúmate 5 cigarrillos seguidos.

Si no fumas, escribe.

Si no escribes, deja de pensar.

Si no te lo piensas, eres feliz. Ahora.



Educadamente loco.


Hay días en los que me tengo que preguntar si me he vuelto loco.

El problema es que soy el mismo que contesta, así que no tengo ninguna manera de comprobar si dije la verdad.

¡Qué lindo de pequeño, ¡qué lindo de pequeño! ¿Y ahora qué? Ahora escondo los ojos de mi infancia tras una nariz que creció por su cuenta y vive adelantada a su tiempo: mientras mi cuerpo sufre los inviernos, ella ya olfatea los agostos del año siguiente. Qué tonto me volví de mayor, con lo listo que era de pequeño. Será fruto de la educación. ¿Qué es la educación? Una manera de pensar.

Le enseñamos a nuestros niños, “nuestra” manera de pensar. En el mejor de los casos, a que encuentren su manera. Pero no se enseña lo más importante: pueden pensar lo que quieran, pero se convertirán en eso.

Los colegios no deberían de enseñar… geografía, sino avisar: si piensas que viajas, viajarás.

Los profesores deberían de ser grandes avisadores, pero no de la vida, de la mente.

Si piensas que no viajas, no viajaras. Y cuando más pienses que quieres viajar y no viajas, menos viajaras. Empezad ya. Viajas.

Niños, da igual lo que estéis haciendo ahora, si lo puedes pensar, es posible.
Niños, existe la suerte, el azar, el destino, pero el único sitio dónde existe es en tu cabeza.

Niños, si no os gusta algo, pensad en otra cosa. Manolito, el que está distraído mirando por la ventana, es el más listo de la clase. Recordad: pensar es una enfermedad, parad cuando podais. ¿Qué le dice un jardinero a otro? : Seamos felices mientras podamos.

¿Por qué te interesa tanto la educación? Por ella.

Niños, dedicad una hora todas las mañanas en clase, a imaginar las vidas que quereis tener. Pensad que ya las teneis. Rápido. Antes de que os pasen una chuleta. Antes de que papá y mamá, las mejores personas del mundo, los más muertos de miedo, os presten una vida y os eduquen a quererla.

Niños, todo lo que os han contado es mentira. La buena noticia es que podéis empezar a pensar en cualquier momento. Decid: te quiero porque me quiero.

Al presente le da igual lo que hayas hecho. El pasado te ha dejado el jersey roto, y poca pasta, pero eso era ayer. Hoy piensas de otra manera, y ya para el resto de tu vida. Bienvenido a este colegio. Niño, relájate: todos tus deseos se han cumplido ya.

No hay nada que no puedas tener. Ya es tuyo. Si lo puedes pensar, lo empiezas a tener. No lo desees para luego, niño, o te tiraras toda la vida esperando ese luego. Es tuyo ahora. Usa el consumismo para hacer el bien, piénsalo ahora.
Niños, no os creáis nunca lo que digamos los demás, ponedlo a prueba, experimentadlo.

Niños, no sois el futuro, sois vuestro presente.

viernes, 20 de febrero de 2009

miércoles, 18 de febrero de 2009

Obra Social

Apadrina a un jóven audaz. Solo necesita vino y abrazos. Sé hacer unas cuantas cosas no demasiado útiles en una isla desierta pero si las hago no necesitaremos isla desierta. Ocupo poco a poco. ¿Ya tienen uno? Llama ya.

lunes, 16 de febrero de 2009

El miedo que padecen las estufas.

Cuando le conocí, ya bailaba sobre un volcán.

Llamé a su secretario.

-Hola, Pedro. Parecía avergonzado.
-¿Qué pasa? Nadie ha contestado al teléfono durante días.
-Bueno, ha habido un cambio de planes.
-¿Qué?

Farfulló cómo un acordeón muerto. Le pedí que lo repitiera. No podía creer lo que estaba oyendo.

-El doctor está en prisión. Dijo.

Se me arremolinó la patata.

-¿El doctor está la cárcel? Solté. Carlos, ¿qué está pasando?
-Bueno, el doctor quebrantó su libertad condicional.

Me sonaba todo a guitarra de gasa.

-¿Quieres decir que estuvo en prisión; antes?
-Bueno, el doctor envió una bomba a su ex mujer y fue arrestado y llevado a prisión. Explicó Carlos. Le habían dejado salir y volver a ejercer cómo médico otra vez, pero no podría volver a utilizar armas de fuego o explosivos nunca más.

-No me digas.
-Si, encontraron bombas en su despacho.

Me llevó un rato recuperarme. Mi doctor, ese hombre máximo, impoluto, con trazas de mármol antiguo… y esto es lo terrible: todo el mundo tienes sus razones.

En mi cabeza las ideas se miraron las unas a las otras sin reconocerse, y mientras, me imaginaba al doctor con una de esas antiguas bolas de presidiarios, su calva y su sonrisa de beato reflejándose en la luna negra. Fuera, las nubes se comían las unas a las otras.


Siempre tuvo algo. Pero había en él, un resorte decente, un también, todavía, que hizo que entre nosotros hubiera migas y algo más.

Decidí ir a verle, por decencia no más. Y porque hace tiempo que la curiosidad me persigue cómo un hámster taciturno.

Cuando llegué y le vi detrás de la pecera lo primero que pensé es que estaba muy bien.

-Hola Carlos.
-Hola Susan. Respondió.

Sus palabras me llegaban con ojos de verdades a medias. Estaba cómo una regadera que fuera actriz de teleseries y gurú a tiempo partido. No dijimos nada más, estuvimos mirándonos, durante media hora.

Herí mi rostro con una sonrisa y salí acigueñándome del asunto, prometiéndome que le sacaría de allí.

Durante un tiempo, llevé días de locura normal.

Pero fui a verle todos meses, incluso me dejaron dar con él largos paseos. El, con el panchito perdido en algún punto imaginario, y yo, luchando por su cordura. Dimos muchas vueltas, no pocas, muchas. Hablábamos cada semana. Y aquella cosa, bueno: terminé por verle todos los días. Me equilibraba, ahora lo veo.
Un día, envalentonado, entoné un lindo discurso sobre la belleza de la vida, sobre su valor, la cara joya de estar vivo. Estuve fenomenal, didáctico, le hablé de sus hijos, le hablé de la infancia, mencioné de forma brillante el sentido y significado intuitivo que todos, ya sabéis, hemos de tener de las cosas. Reservé una parrafada al arte, al amor, a todo eso.

-Esa viejita se parece mucho a una silla.

Fue lo único que logré sacarle.

Un día, murió. Muerto de risa, dijeron. Cuando volví a casa mi mujer me informó del asunto cómo de un brócoli poniéndose pocho, sin más emoción que una escalera mecánica. Que un cenicero en un tobogán.

Y siempre que iba al espejo, ese loco me miraba: podía ser en cualquier momento, era raro y convincente cómo un canguro con facilidad de palabra: sabía que estaba a un paso del tufo insano de la demencia.

Esa noche, me fui al volcán, secretamente, y ejecuté los pasos que aprendí de mi padre, zapateé lo que supe, para disimular que podía verme también yo a un paso de la navaja loca.

Mejores amigos

Le dije esto: “era mi mejor amigo, pero cuando murió me alegré mucho.”

Y me miró con ojos de zebra y casí me río. No sé por qué. Reírme, así, libre ¿no? se podría decir que libre.

Pero ella se echó a llorar.

Un momento: yo no le he contado esto nunca a nadie, solo a ella, y si lo hice es porque sabía que no me iba a juzgar, odio eso ¿sabeis? Qué me juzguen como a un asesino de ballenas. Me miró fijamente y se echó a llorar.

Ahora bien: no sé si el llanto es contagioso empecé a llorar también. A llorar como un perro. pero.. ¿de verdad tengo que escribir sobre esto?

Bueno, era un juego: sabía que en cualquier momento podía dejar de llorar, incluso podría haber movido la cabeza y haber dicho “¡cuac!”; vi mi cara en un espejo y no me lo creía. ¿estás llorando? Vaya embaucador estás hecho.

Si. Todo era para llevármela a la cama. No sé si a la cama o no, pero tumbarme un rato, con ella, no sé, que me acariciara el pelo. Odio tener que dar explicaciones, me da ganas de fumar.

Caminando solo de vuelta, le dí una patada floja a todas las farolas que me iba encontrado. No sé, lo hago a veces. Cómo eso de andar sobre las rayas que hacemos de niño. Pero no es tan divertido. Es mejor que no hacer nada. Volvía a mi casa y me la imaginabas aún sentada ahí, como a punto de decirme algo, algo bonito.
Estaba pensando en ella y vi a un tío meando frente a una pared: me mira, le miro, y se va corriendo solo de verme los ojos. A veces se me ponen ojos de loco, unos ojos de demente. Pero me viene bien: odio que hagan esas guarradas.

Cuando murió, me quité un peso de encima, si, y de los buenos. Nos queríamos mucho, entended bien una cosa: no podría haber llegado hasta aquí sin él. Era como un contrapeso, me ayudaba a ser yo mismo, aunque a veces me dieran ganas de vomitar. No siempre se tiene esa suerte ¿sabéis? Tener a alguien que te dice lo que no quieres oír. Sobre todo un buen amigo. Pero cuando murió me alegré mucho. Eso es lo que quería explicar antes: no es que no me doliera cuando murió, es que me puse a llorar por hacer algo. Me puse a llorar porque había que llorar. ¿Qué más da? Pues da. A veces es que tengo que actuar para que los demás se enteren de lo que siento. Siento cosas, como todo el mundo. Pero normalmente tengo que reírme sin ganas para que los demás vean que me divierto. Manda cojones.
Una cosa si he notado: conforme me esfuerzo cada vez más en fingir, parece que voy engañando menos.

Esa tarde casi pareció que lloraba de verdad. El problema es que esa tarde no sentía absolutamente nada. Salvo las ganas de quitarle la ropa y tumbarme con ella. “Podemos seguir llorando todo lo que quieras bonita, pero desnudos”. No le dije eso, pero habría estado bien. Lloraba, pero le miraba el cuello. Su cuello me estaba matando. Qué preciosidad de cuello. Así tendrían que ser los cuellos, parece mentira que los tengan de otra forma. “Tenía el cuello como un cisne”. Me gustaría saber escribir así. Pero los cisnes tienen una vergüenza de cuello al lado del suyo. No jodas. Digo tacos cuando me pongo nervioso. Creo que es para parecer natural. Carlos, mi mejor amigo, me decía que es para esconderme. El me decía esas cosas. Me decía que no hablara tanto para llamar la atención. Incluso me dijo una vez: “cada vez que te adulan, te están tomando el pelo.” El decía cosas así.

Un tío así. Me alivió un poco su muerte, si, pero llorando con esa chica me di cuenta de una cosa. Y me di cuenta como si me la hubiese dicho Carlos: lloraba mirándola a ella llorar y pensé: “joder, no es él quien se ha muerto. Soy yo. Ahora solo queda la peor parte de mi..” Si. El muy cabrón tenía una última lección, incluso muerto.

Caminamos juntos por la calle un rato más y dijo que le apetecería mucho un café. ¿Quieres un café? Si. Le dije. Y eso que no bebo café. Estabámos sentados y fue cuando le conté lo de mi amigo. Sentados llorando. Llorando tu muerte, perro.

Llegó una amiga suya y le tocó el hombro.

-¿Estás bien?

Yo me sequé las lágrimas y le miré el cuello. También tenía un cuello bonito, pero no tanto.

-¿Estás bien? Repitió.
-Creo que si, dijo ella.
-Mejor me voy. Muchas gracias.

Me levanté y me fui. Pasando delante del cristal del café de los llorones, vi mi reflejo de pecera. Y lo que vi me cayó bien.

Llegué a casa y estuve un rato mirándome al espejo. Me puse a llorar, solo para verme. Para ver como es. Detenidamente.

Te echo de menos, perro.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Ojo de Buey

"Una semilla, no se para en pensar en su meta. No se preocupa, ni especula, ni se inquieta. Lo tiene claro".

Vitale.

domingo, 8 de febrero de 2009

Les moments misterieux

Puede permanecer latente durante tanto tiempo, que casi se olvide; puede estar tan reprimido que el hombre supone que está muerto. Pero una noche, está solo en la alegre terraza en casa de unos amigos, y mira un semáforo roído; un día está de pie con la cabeza baja y los ojos húmedos en una playa; o llega la hora en la que se agarra con instinto desesperado a una barandilla bajo la lluvia, y de repente surge de las profundidades ese algo misterioso. Sobrepasa el hábito, hace a un lado la razón y con una voz que no puede ser negada, grita sus interrogantes y su oración.

sábado, 7 de febrero de 2009

jueves, 5 de febrero de 2009

Ella.

En silencio, intentaba adivinar porque se reía en los momentos en que lo hacía. Para mi, era una puerta abierta a su cabeza.

La pobreza bien entendida.

Los martes, normalmente, me disfrazo de mendigo. Salvo que haya alguna reunión laboral en el banco, me cuelgo los harapos, y salgo alegre a la calle. Con regodeo, saco de esa parte casi terrible de mi armario un pantalón carcomido, oblicuo, y me enfundo parrandeando algo parecido a calcetines. Unos calcetines desmemoriados y cáusticos. Algunas veces muy animado, los combino con un sombrero inconexo, como toque coqueto. Pero mi gran prenda, la joya – la que tardé años en pulir – es la camisa. Si vierais que beldad: una camisa ajada, polillosa, basuril, que durará siempre. He logrado que los zapatos – un regalo que me hizo un martes de hace mucho mi madre – cuenten con recelo la pobreza más concienzuda, pintados de una mugre tenaz y arruinada, que hace el orgullo de mis andares, sinuosos, ensayados: de vil alimaña. Los martes. A menudo sin haber comido, o casi, dejo mi ropa doblada sobre la cama y me preparo para salir. El abrigo lo tengo que despegar de la percha con espátula, pero me aporta el toque glutinoso que, a mi parecer, tanto cuesta lograr. Para esto, no os negaré que un conocimiento docto del moho, que me llevó meses de trabajo, me perfuma de olores alcantarillados, del tufo impugnable tan delicado de acertar.

Ese martes, si no me traiciona la memoria, el cielo era del color del cielo y hacía un sol limpio y puntiagudo. La tarde era mía. Era – si me hubiesen visto lo sabrían – el zar de la calle. El terror de los niños. Bebía satisfecho de una botella vacía envuelta en una bolsa de papelón. Porque en esto, corregidme si me equivoco, la importancia está en los detalles. Caminaba por las aceras con la frente bien alta. Fue quizás el martes que mejor estuve: desolado, demolido, gravísimo. Insuperable. Vivía para esos martes.

Fue al doblar la esquina cuando le vi. Primero una mancha, un borrón, un error en el fondo. Estaba paralizado. No era un mendigo cualquiera, cómo los que solía cruzarme dándome aires superlativos, esos amateurs de papeleras. En la medida en que se acercaba aquel mendigo quimérico, me temblaron los huesos. Un profesional. La forma de ese pordiosero era una construcción torpe y a un tiempo perfecta hecha con restos de un mundo caído. A su paso – era admirable verlo - las calles se licuaban y todo el decorado se acartonaba magistralmente como esos fondos impuestos de las películas.
El mendigo, para que negarlo, era un ser renqueante salido de las entrañas del orín y el óxido. Con estampa de desguace perdido. Un técnico de la escasez.

Bajé la mirada.

Vestía un abrigo imposible. Admiré la mismísima basura entretejida en su gorro de diseño rancio. Su camisa, linda de podredumbre, supuraba un color sibilino. Es más: el pantalón parecía sostenido solo por la voluntad porfiada de la mugre. Y el lo sabía. Y la mugre lo sabía también. La roña se arremolinaba a su paso, los escombros le devolvían reverentes su reflejo hambriento. Me moría de envidia.

Eso y no mi lanuda pinta, era un mendigo. Una clase magistral de pobreza bien entendida. Se acercó a mi, triunfante, atizando una flauta infame, dándose aires de calle. Incluso un perro fraccionario le seguía y le olisqueaba de vez en cuando. El perro fue demasiado: era un genio de los complementos.

Titubeando, ya casi a mi altura, vi que había logrado también esos ojos, chuscos y vagos que me faltaban. Le reconocí.

Tardé muy poco en adivinar que era Ramirez, mi compañero de banco. Y creo que él también me reconoció a mí.

Se acercó y me rumió a bocajarro un clásico de este oficio: “¿tiene una moneda?”

Le di una moneda. Humillado.

Me había vencido. Ramírez había logrado por ende la voz desalmada, luposa, tóxica, biliosa, amarillenta. Esa pericia de la roña.

Me quité el sombrero para acabar con la mascarada. Pero nada.

-No está mal. El sombrero.

Imperturbable Ramírez.

-Gracias.

Nos miramos el uno al otro durante varios minutos.

-¿Te hago un truco de magia? Dijo por fin.

Resoplé y le dije que si. ¿Qué otra cosa podía hacer? Sacó un mazo impoluto de cartas que casi nos ciega. Y cogí una.

La reina de picas.

-Métela en el mazo. Muy bien. ¿Quieres que salga volando o hacia el suelo?

-Volando. Murmuré.

Con un juego de manos, la carta salió volando y cayó al suelo. La reina de picas.

-¿Es esa?

El muy truhán.

-Si. Confesé a regañadientes.

Nos miramos de nuevo unos segundos. Una viejita pasó con bolsas de la compra, e hizo ademán de darnos una moneda, pero Ramírez invocó un gesto con la mano que la contuvo. Un “ahora no”. Impasible.

-Quédatela. Lo concedía con displicencia. Y recogí la carta del suelo. Mi carta.

Le vi alejarse sonriente, refregándose contra las paredes, arrimado a las farolas como un bailarín desahuciado. Qué arte tenía.

-Te veo mañana. Dije cuando ya no pudo oírme. A las ocho.

Me quité la chaqueta, y me detuve delante de un escaparate del corte ingles. Y ahí estuve horas, el resto de la tarde. Inmóvil, con la reina de picas.

Me pregunté si aquel mazo estaría lleno de reinas de picas, temiendo por un momento que no tuvieran de mí talla esa americana reluciente.

A Mary.

A veces terminas un día triste bailando en la calle.

En un piano pequeño. Azul. En una noche más grande. Grande cómo saber que oírle hablar es agradable. Se sentó a sonreír, a sonreír, eso creo, por saber que si: en la vida estás solo ¡pero! Qué suerte poder reírte de ello. A este lado del sol puedes mofarte de tus días, y sentir la noche y su tinta, y su viento, y su taxi, y qué bien.

Le dijo que era cómo un personaje de relato: ella sonríe cómo lo harían los personajes de los cuentos si por algún azar se quedasen atrapados en la realidad.

Claro que para él casi todo es un cuento, una historia, o una película.

Se pusieron a tocar un piano pequeño y azul, en medio de la calle. Tan cerca que su mano era mía. Si, yo soy el de este relato. No quiero mentir más. Y ella se fue y la guitarra no la tocaba nadie. Y él, que soy yo, estuvo radiante y solo ¿Existen momentos mágicos? Si. Si antes están en tu cabeza.

Si no recuerdo mal, hace mucho que no quedaban. Y la miraba y la miraba pensando.
Hablaron de muchas cosas. Bailaron. Qué bien es oír a alguien que te mira.

Bailaron.

lunes, 2 de febrero de 2009

Me tiene.

Internet no me tiene. No me tengo que in ter net.