He ido a comer al Fres Co de nuevo, como a menudo ahi (he de admitir que es un dudoso buffet libre) porque como pocas veces y mal ultimamente asi que cuando voy al Fres Co me pongo hasta las orejas. Pero a lo que ibamos: una anciana extraña, de esas que han sido declaradas imperfectas: que no superaron una cola de espera, o un torniquete cabrón en el metro, algún papeleo, algun trámite burocrático, alguna puerta chirriante en un teatro, algún idiota hablando en un cine, algúna encerrona de la realidad en la que no tuvo más remedio que tirar la toalla, cómo un buzón de voz cabrón o un error indescifrable en el Windows, una cara extraña en un vagón de madrugada, y vino a convertirse en lo que con descuido llamamos: "una vieja loca perdida" , pasa por delante del cristal y pienso: "estaría bien darle algo de comida, la pobre".
Si, si, esta mujer llegada al paroxismo de la decadencia, menea su triste figura delante del cristal del FresCo cómo si viniera de pelear con osos y le hubieran arrancando la cordura y yo jalando cómo si lo fueran a prohibir. Me mira fugazmente a los ojos y ambos sabemos que el show va a empezar.
Se mete en el Fres Co y empieza a pasearse entre las mesas molesta como la conciencia, y todos miramos nuestra comida, perturbados por ese ramalazo de realidad que ha venido a jodernos. Yo, la vigilo con el rabo del ojo, de lo gordos que se me ponen con la indecencia. Me sigue dando pena, "voy a levantarme y le ofrezco comida", pienso.
Entonces, sin avisar oigo - no lo pude ver - como abofetea a una chavalita preciosa sentada sola dos mesas más allá, y se va corriendo, pasando por mi lado.
Sonríe, como si le colmara abofetear a esa chica que nada le hizo, y la verdad es que se la veía feliz: una sonrisa deformaba su rostro, y era la felicidad de la locura, que duele, sin duda.
El caso es que la chavalita se levanta (las encargadas se precipitan a atenderla) y comenta perpleja lo que acaba de pasar.
Nos enteramos los que arrimamos el lóbulo que resulta que es una vieja loca que cada cierto tiempo entra sin que nadie la vea y hace eso, pega a alguien.
Aqui viene lo bueno: y es que la gente, sin poder procesar lo que ha pasado, sigue comiendo como si nada. Y no me estoy refiriendo a la falta de humanidad de los que estabámos, no no. La cuestión es la siguiente: si hubiera intentado robarle algo - el bolso por ejemplo - todo el mundo habría reaccionado, porque eso precisamente lo entendemos, pero algo tan extraño como lo que hizo, era demasiado. Demasiado para las mentes automatizadas, tanto, que no tuvimos más remedio que volver silenciosamente a nuestros platos pensando ¿Ha ocurrido de verdad?
Era algo tan absurdo, tan falto de propósito, sin ningunas motivaciones, aleatorio, tan desnudo, que ninguno pudimos reaccionar.
Me levanté cómo un zombi, intentando memorizar el golpe. Esa mujer: entra cada cierto tiempo en un restaurante y le pega una bofetada a una chica. Y se va corriendo. Sonriendo.
Es la bofetada de la realidad la que te llega.
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