Hace unos días que le resuelvo el problema al señor Rubik. El muy cobarde se dió a la fuga engendrando ese diablo cuadrado, oiga, coloreado eso si, pero no os dejeis engañar para gustos, los de Rubik.
Son noches las que estuve caminando por sus memorias, tatuándome sus algoritmos aciagos, exitando sus cuadraditos apiñados a mala leche, desnudando sus soluciones intrínsecas, intrincazul, intrinblancos: cuadraditos que forman un cabrón más grande. Tranquilos, nos amamos. En mi madriguera, de madrugada. Era lunes: pertrechado de dedos y de gestos, grité el orgasmo de su solución a los ojos de la cordura, devolviéndole su forma original. Sus insignes cara sde un color y sin mezclas, se ruega. Y entonces advertí la enseñanza:
En el cubo del Señor Rubik, acabándose justo, cuando atesoras el cubo entero tejido, falto tan solo de un cuadradito, el último, al que voltear y poner en su sitio, guardando a buen recuado el milagro de orden y concierto que recuerdan exasperantes minutos de trabajo urdido, justo entonces, cuando nada queda, solo uno, cuando tienes que darle tan solo la vuelta, incluso está ya en su sitio, ese momento antes de terminar, es el más caótico de todos.
Tres movimientos antes del final: nunca estuvo el cubo tan desordenado, y entonces, por arte de cubo, aparece: has llegado al principio.
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