martes, 4 de noviembre de 2008

Una vida.

A Andrea. Para que se inspire.


Imaginen una calle tranquila, poco iluminada. Imaginen en un edificio de esa calle, una escalera, y a sendos lados de la escalera, cuelgan cientos de cuadros con imágenes de mi vida. Pero continúen, no se detengan por esto, suban los peldaños, deprisa,  y sigan por un pasillo lleno de puertas. Una espesa alfombra absorbe el ruido de vuestro zapatos. Deténgase frente a la puerta de uno de esos cuartos y quédense quietos, lo suficiente como para oír unos gemidos. Ahora abran la puerta, y penetren la oscuridad del cuarto, colóquense frente a la cama. Allí, hay dos cuerpos desnudos, derramados el uno en el otro, jadeando en la penumbra como animales. Esas personas son mis padres. O lo serán dentro de poco.

Recuerden por favor como son, recuerden cada detalle, yo ya no los conoceré nunca.

 

           II.

 

Yo no quería tener una hija. Si hubiera querido tener una hija, nunca habría leído ese maldito anuncio en ordenador. “Cobre por estar embarazada. Nosotros nos encargamos del niño” Eso decían. Me venía al dedillo. Te lo he dicho, yo no quería niños. Necesitaba dinero, eso si, pero no soy de esas mujeres que van por ahí ilegalmente teniendo hijos, no; respeto la ley. Me habían hablado del mercado negro, pero nunca creí que era eso, no sé, nunca pensé que era tanto. Algunas de mis amigas me habían hablado de lugares, sitios al borde de ciertas carreteras, a los que se iba a tener niños, había escuchado historias; pero yo nunca pensé que caería tan bajo. Si lo hice, fue por dinero, porque tenía que hacerlo.

Quedamos en una habitación, todo muy profesional. Llevaba meses leyendo como se hacía en un libro descatalogado que había conseguido que me mandara secretamente, la Organización Prenatal. No era que quisiera tener nada que ver con esa gente, y si, era peligroso, pero como digo, necesitaba el dinero. Había leído todo eso de los labios, de las piernas, los sonidos que hay que ir haciendo, me lo había estudiado todo.

“-Eres muy hermosa” Oí que decía él en la penumbra.

Era la primera vez que me insultaban. Mientras él me acariciaba suavemente, me esforzaba por pensar en el dinero. Pensé que iba a ser terrible,  por el Gran Clítoris, incluso pensé que ese hombre estaba enfermo cuando me susurró a media voz: Te quiero.

No fue doloroso, sé que está mal, pero no fue horrible, sé que lo que he hecho es imperdonable, pero no fue… desagradable.

No he podido olvidar esa noche, sus llantos y sus abrazos en la oscuridad cálida del cuarto. Ahora conozco la palabra “padre”, tu padre, no puedo olvidar los sollozos de tu padre.

Cambiaría todo ese dinero si me dejaran volver a verte, mi niña, si lees esto, tienes que saber que lo devolvería. Te estoy buscando.

 

Tu Madre.

(ahora conozco esa palabra)

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