Todos los finlandeses tienen un amor en Vietnam.
Y ahora a lo mejor me voy a Vietnam, a que me amen. Me llevo la guitarra y me quedo camuflado. A lo mejor me encuentro con su nuevo amor. Seguramente lo haga. Y nos cantamos juntos un tema a la guitarra. Nos emborrachamos y le diré todo lo que sé de ella, para que la ame mejor de lo que yo lo hice.
Nos abrazaremos alrededor de un fuego y hablaremos de ella durante horas. De sus labios, de su risa. Tendremos eso en común: lo mejor. Si se queda dormido por cansancio, le diré que se levante, que tiene que ir a buscarla, que yo me quedo con el fuego, contando historias a los que lleguen, y me dará un abrazo, no entiendo una patata de finlandés, pero la sabré en buenas manos, eso me lo entenderá. Y si están hartos un día, pueden pensar en mí, yo soy todo lo que dejan, una canción de guitarra y nadie para escucharla.
Me dirán que lo sienten, llorando de alegría. Yo lloraré también y le diré “it’s Ok” vete con ella.
Haz algo por mí, le diré, cuéntale a algún desconocido que la he amado. Si de verdad os puede la pena, y tenéis una mascota, ponedle mi nombre, tomaros un trago por mi, y luego entornad la puerta, que se apaga la hoguera, y no puede apagarse, queda gente por llegar, tiene que calentar para cuando llegue otro y yo me haya ido, con otra ella, y vendrá uno que tiene mala pinta, llevando una guitarra y llega y nos pegamos un abrazo, y me dice que la amó, y me pedirá que cuente como la ha amado y sabré que es hora de ir a buscarla, porque en esa hoguera en Vietnam, siempre hay alguien esperando, alguien que llega, y alguien que se marcha.
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