Un día, Claus muere. Les llega a todos.
Muchos decían que se despeñaría. Las malas lenguas lo decían. Pero ahora sabemos que muere feliz, tranquilo, tras una vida de esfuerzos. En su cama. En Finlandia.
Cierra los ojos: tiene las dos manos posadas sobre su barba blanca. Solo lleva puesto un pijama. Rojo. Ha cerrado los ojos y empieza a ver toda su vida, cómo una película, casi cómo un trailer. Sus inicios, sus amores, cuando encontró a rudolf, y supo inmediatamente a lo que se quería dedicar. La vez que tenía un plátano espachurrado en su mochila, en párvulos, y todos se rieron. Cuando decidió dejarlo todo, para irse al Norte. A cambiar el mundo. Cuando se hizo Santa. Todos los días de curro. Las sonrisas de los niños.
Pero ha muerto. Y ahora está caminando por un largo túnel. Con su pijama. Rojo. Se siente regular.
Ve una luz al final del túnel, y como todos, va hacia ella. Apresurado. Empieza a notar – y eso le deja pasmado – que no es una luz. Conforme avanza se da cuenta de que son focos. Varios focos. Y hay un público. Es un programa de televisión. Sin comerlo ni beberlo, está allí, con su pijama rojo, y el público aplaude y grita, “¡Santa!...¡Santa!”.
Sonríe. Avanza. Con los malditos focos, no puede verles las caras. Un amable presentador le dice que todo va a ir bien. “Bienvenido a la Zona”, dice. Es un plató de televisión: “tranquilo, por aquí han pasado todos”.
Claus se coloca detrás de un pupitre, con un pulsador. Se esfuerza por sonreír a la cámara.
El presentador carraspea y entona:
-La primera pregunta es para saber si vuelves. Ahí va: ¿Has sido feliz?
A sus espaldas, hay un detector de mentiras. ¿Feliz? Santa suda.
-Si. Termina por decir.
A sus espaldas se enciende un letrero enorme. Que dice: “mentira”.
Todo el público exclama un sentido “oh”.
-Oh, oh, oh, dice el presentador. Bueno, la segunda pregunta es para saber a dónde vas.
-¿Cómo que a dónde voy?
El presentador, ambiguo, le comenta, por lo bajini: verás, aquí hay una organización… unas reglas…¿Quién te crees que ve este programa? Pero sonríe… sonríe, o nos echan a todos.
Santa mira hacia el túnel, inquieto.
-Segunda pregunta: ¿Has hecho feliz a los demás?
Piensa en la nieve. En la nieve lisa y profunda.
-¿Has hecho feliz a los demás?
Sabe que si, pero se toma un tiempo para contestar, confuso. Intenta pensar rápido.
-Hay un límite de tiempo, amigo.
Finalmente, no sabe porqué, son los nervios, contesta: “no”.
A sus espaldas, se enciende un letrero gigante, y brilla: “mentira”.
Suspira, aliviado.
-Ven conmigo Santa. El público calla. Se hace un silencio de muerte en el plató.
-¿A dónde? Si que les he hecho feliz, a todos… a todos.., repite.
- Lo siento Claus.
Y es llevado de la mano, hacia una puerta oscura.
-¿Qué pasa?
-Nada, nada, dice el presentador, conmovido. Todo va a ir bien.
La puerta se abre. Y Claus penetra la oscuridad, confiado.
Le extraña que pensar en la nieve sea lo último que haga.
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