Esta historia le pasó a un amigo.
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Unos tigres perseguían a un hombre.
Corrió como alma que lleva el diablo, la lengua fuera y zafándose de las piedras y las ramas hasta un precipicio. Los tigres le seguían hambrientos, furiosos y desencajados. El hombre, sin pensar un segundo, saltó, que digo saltó, casi voló por los aires y dio a parar a una rama que se tendía fragil sobre el abismo. Agarrado a ella, sudando la gota gorda, echó un vistazo al río furioso de ahi abajo, y se veían unas pirañas asesinas. De la rama que crugía ya por su peso, salía una más finita, y de ella colgaba, una sola fresita. Una fresita roja. Llegaron entonces unos buitres, y le picotearon los dedos. Los tigres seguían rugiendo allí arriba. El hombre avanzó por la rama hasta arrancar la fresa de un gesto rápido y se la comió.
-Qué rica está esta fresita. Dijo.
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