miércoles, 21 de mayo de 2008

Bloqueo.

No estoy cuidando tanto el blog como quisiera, pero es que ando con la mente esparcida entre las necesidades de volar y las de agarrarme fuerte a algo.

¿Se puede terminar una vida habiendo acumulado solo comienzos?
¿Se convierte uno finalmente en quien finge ser si lo finge el tiempo suficiente?

Se pueden dividir los días en dos categorías: días "hay esperanza para la humanidad" y días "la humanidad está condenada a desaparecer" ... y quizás esa misma subdivisión se dé cada hora y quizás también, cada segundo.

No recuerdo porque quería que me prestaran tanta atención.

Ojalá fuera como Funes, el memorioso, y en los recovecos de esa memoria completa se pudiesen curar todas las heridas.

Y se cure entonces la sensación terrible de estar perdiendote constántemente cosas de esta vida.

"Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual iba ligada a sensaciónes musculares, térmicas, etcétera."

"Funes el memorioso"
BORGES, Jorge Luis.

viernes, 2 de mayo de 2008

Hasta hoy

Cuando tenía seis años vi en un libro la imagen de una mujer con un sombrero.

Llevaba, muy coqueta ella, un sombrero elegante en pleno centro de una suerte de plaza llena de gente mundana, pero eso lo olvidé con total facilidad.

Me he pasado media vida buscando a esa mujer. Incluso – y no sabéis lo terrible que es hacerlo – le he exigido a mis amantes en la cama que se pusieran todo tipo de sombreros. Si te acercas a la fotografía y miras bien, ves que ella lleva un sombrero redondo, de ala ancha, con una pieza de tul abrigando el lomo izquierdo.
Ahora, mirando bien la imagen, realizo que lo que de verdad me ha interesado siempre, lo que buscaré hasta que me muera, es ese sombrero.

Ser Donald McDonald.

Soy Donald Mc Ronald.

Un castor sueña:

En el sueño, iba disfrazado de monja. Montando en bicicleta y bajando la Castellana. Una pandilla de castores furiosos le perseguían. “¡Devuélvenos el hábito! Gritaban. “Pues tendrán que habituarse”, gritaba Donald McRonald, divertido aunque muerto de miedo. Una hamburguesa Bielorrusa contemplaba toda la escena en silencio, desde la acera. La bici se le trabó, y fue a parar de cabeza a un tobogán desde donde un pingüino anoréxico vendía entradas para el concierto de los Rollings Stones del año pasado. Bajando por el tobogán, se dio cuenta de que no era una entrada para un concierto, sino que era un acuse de recibo muy valiente, preso de un amor imposible - como él mismo explicó en una obra autobiográfica que nunca consiguió publicar - por una tostadora. Su padre, que nunca vio con buenos ojos la relación, siempre pensó que, aunque no fuera del todo un recibo, merecía estar, al menos, con una sandwichera. Donald, conmovido por el relato y llorando a lágrima viva, lo rompió en mil pedazos que contempló revolotear por el aire antes de llegar a su parada en el tobogán. Agarrándose como pudo, se bajó del tobogán y, no si cierto desconcierto, comprobó que no se trataba de un tobogán sino del hombro de un gordo, y que había sido reducido a escala por no se sabe que magia del chamán de los castores que compinchado con el pingüino y la hamburguesa, habían conjurado el hechizo acusando al acuse. “Las viejas solo valen para cazar ratones” Dijo el gordo. Ronald, que ya trepaba por el antebrazo rechoncho, le dijo que se callara, que le caía gordo, y al decirlo, se cayó. Y el gordo se calló. Ya en el suelo, se puso a correr por unos corredores anchísimos aunque muy retorcidos, y luego por unos pasillos verdes que emitían rayos UVA y a él se le habían vuelto a olvidar sus gafitas. Cerrando los ojos, sin ver nada más que luz, iba chocándose por las paredes pasando calor y poniéndose moreno. “Un payaso moreno”, pensó. Pero ese pensamiento no le llevó a ningún lado. “Un payaso momento”, se dijo mejor pensado. Agotado por el calor, terminó por derrumbarse. “Un payaso menos” fue lo último que pensó. Despertar.

Despertó sobresaltado y bañado en sudores. El castor, se preguntó quien era ese Donald McRonald y por qué había soñado que era él, disfrazado de monja. Ni siquiera sabía lo que era una monja. Se dijo que nunca había soñado algo tan extraño. Se dijo que casi nadie sabe lo que es una monja, ni siquiera las monjas. Alarmado, intentó explicarle a sus compañeros castores que andaban por ahí lo que le había pasado, pero nadie le entendió porque ni él ni ninguno de ellos hablaban. Al rato de darse cuenta de que solo emitía gruñidos y ruidos de castor, que no parecían significar gran cosa, abandonó y se puso a roer un tronco con otro castor que andaba por ahí sin poder dormir tampoco.


Donald se despertó lentamente, recordando todo lo que había soñado menos el cómo había conseguido robar aquella bici, y no recordaba muy bien si era un payaso que había soñado que era un castor soñando que era un payaso, o un castor soñando ahora que era un payaso habiendo soñado.

36 euros

Voy a contar una historia. Todo fue por 36 euros. Ni más ni menos. El otro día - digo el otro día, pero fue hace meses – fui a ayudar a mi hermana con la mudanza. Estaba en medio de la casa, en zapatillas. Parecía Howard Hughues en su última etapa. La cuestión es que eran pocas cajas, pero me iba a costar lo mío hacerlo por la mañana. Y claro, tenía que ser por la mañana. El camión pasaba por la mañana. Pasé la noche allí y no recuerdo soñar con nada de nada. Por la mañana bajé esas malditas cajas y me fui a Plaza de Castilla, a coger el autobús que lleva a Sogecable, para poder servirles canapés a todos esos ricos. Olvidemos lo de las cajas, lo importante es esto:

Hacía un frío de mil demonios, llovía, y esperé unos diez minutos a Luis, acurrucado bajo el techo de la parada del 714, aquel que lleva parte de esas hermosas mujeres a la Autónoma. Intento leer un libro para entrar en calor, pero nada. Veo por le rabillo del ojo asomarse las piernas de varias chicas que alejan la lluvia al caminar. Las bellas y anónimas chicas de Plaza de Castilla. Pasan, solo pasan. Las bellas y anónimas chicas del mundo. Qué pequeño me sentía metido en mi abrigo húmedo - o es que era demasiado grande. Cómo me molestaba el pelo, bajo el sombrero. Entonces vi las piernas de Luis acercándose y me levanté a darle un abrazo, como siempre hacíamos. “–Vámonos de aquí. Sácame de aquí.”
Cogemos el autobús hacia nuestros 36 euros. 36 pocos de euros. Lo que hay que hacer para ganarse unos pocos de euros. El bus se habría paso entre la grisura y hablábamos de lo de siempre: conquistar el mundo. De momento teníamos que llegar hasta la puerta.
Nos bajamos del autobús y empezó a nevar. Eso es porque nunca va uno lo suficientemente abrigado. Las tiendas de ropa deben de configurarlo de esa forma. Para que nunca tengas la combinación perfecta contra la tristeza. Las pelotas de nieve me caían torpemente por la cara y me deformaban el sombrero.
Llegamos pronto hasta la puerta. 36 euros. Pasamos la entrada, y créeme, eso es lo más cerca que habremos estado del otro lado. En total unos 5 minutos. Tuvieron que ser 5 minutos. Ahora lo entenderás.
Metidos en la puerta giratoria, me da vueltas la cabeza al ver mujeres hermosas sentadas como si no supieran que ahí fuera está nevando, ahí fuera hace un frío sin color, y alguien se va a morir, algún día ellas mismas se van a morir. Como si no vieran que mi sombrero está deformado por 36 euros.
“- Volved a la caverna. Dice el de seguridad, esto son solo personas, volved a las sombras proyectadas. Os convienen mucho más.” “-¿Y dónde está la otra entrada? Dice Luis.” Esta parece ser la entrada. Ambos sabemos que lo es. Joder, no pueden disimularlo. Ni siquiera quieren. La chica guapa se ríe. Han puesto a un guardia de seguridad para que la chica guapa se ría. Lo han puesto para decirnos que los 36 se consiguen entrando por otro lado. El está de pie en su disfraz de guardia, convenciéndose de que no es por dinero, es por seguridad. “-Entrad por la otra puerta”.
No hay nada más impersonal que una puerta de personal. Tenías que dar la vuelta y entrar por el ano. “-Veréis, es que esto es la boca, imbéciles”
Así que dimos la vuelta. Luis me dice que dicen que el final de la boca es el ano. Y el que quiere entender que entienda. Así que damos la vuelta, toda la vuelta al edificio. Me quito el sombrero. Toda la vuelta bajo la nieve mosqueada que me está jodiendo el sombrero.
Contorneamos el edificio a pie. Por fuera. Había una chica riendo bajo vigilancia. Cuidado: va a comer la boca, el ano se prepara. Se calienta el proyector, empiezan las sombras a vestirse.

Así fue como pasando la puerta giratoria supimos que habían pagado a un hombre para que podamos ir a por nuestros 36 euros. Vamos más o menos por la mitad de la historia. Voy a contar la segunda mitad.

Me dolía un poco el cuerpo por culpa de las malditas cajas. Hay un control de identidad. No vaya a ser que otros se lleven nuestro dinero.
Digo mi nombre, Luis ya tiene su pegatina: la pegatina que te permite llegar a ser alguien. Sin pegatina no te pagan. Este segundo guardia pasa los folios y no ve mi nombre, por un instante me da miedo no entrar, quiero estar dentro, quiero servir canapés, quiero servir copas. Necesito el dinero. “-Toma” Me encuentra y me da mi pegatina, hay muchas más pegatinas y más gente. Habituados. Saben lo que hay que hacer con ellas. Para nosotros sin embargo, hoy es nuestro primer día, nosotros, simplemente, nos la pegamos al abrigo. Bajo los nombres hay un número, pero no lo miro. Conocemos a un tipo. Tampoco sabe por qué le han hecho dar la vuelta. Es porque también es su primer día. Qué tonto, quería entrar por la boca. Los demás saben. Los demás vienen directamente aquí a por la pegatina.
Es un chaval majo, fuerte, preparado. “-Un amigo me dijo que necesitaban a gente” Necesitan a gente. Nos necesitan. Vamos allá.
En la caverna, hay restos de mundos caídos, entrañas que nunca se ven, decorados de cosas que vemos por la televisión, las heces, el interior es lo que importa.
En la caverna la gente ya se está poniendo el traje de sombra. La función va a empezar. Somos muchos más de lo que pensaba. Hay un montón de chicas que hoy valen al menos 36 euros. Muchas son guapísimas por ese precio. Pero aquí no se viene a ligar, joder.
Le dejo a Luis una camisa negra y nos vestimos de sombras dócilmente. Va a haber una batalla, nos preparamos, somos soldados que esperan. Nada puede parecer trabajado, no, todo es espontáneo. Cuando tú quieres comer, yo estoy justo allí con una bandeja. Es casualidad. Cuando quieras beber, Luis tiene lo que necesitas. El es asi. Son 36 euros. Puro zumo natural.

Empieza la batalla. Es divertido, eres un actor fingiendo que es camarero. Eres un escritor fingiendo que es escritor. Deja el vino, lo que quiere la gente es cerveza. Las copas y la comida están abajo. La batalla arriba. La bandeja pesa sobre tu brazo pero no tanto como para no disimularlo. Disimulo de 36 Kilates. Allí arriba, ¿Los oyes? Está todo Sogecable. Están por una cifra determinada. Se han escondido las preguntas. Están contentos porque los han dejado entrar por la puerta, la de verdad. “-No tienes porque dar la vuelta, pasa”. Son muy parecidos a nosotros. Si, algunos tienen mi edad. La mayoría se lo han ganado, de una manera u otra. Claro que me gustaría estar en su lugar, joder, eso ni me lo preguntes. “-Nadie sabrá si llevas pocas copas o es que te las han quitado. No cargues tanto la bandeja”.
Pero luego se te olvida. Empiezas a currar como una bestia. Tienes que hacerlo. Podrías no hacerlo pero sería peor. Así que te lo vas creyendo, la mente tiene que creérselo, tiene que sobrevivir; así que te entregas, sirves sin reservas. Ellos lo saben: ese es el truco.
“-Quieren ganarse sus 36 euros – Luego querrán más” Hay más ¿quiero más?
Ellos saben que una vez que estas allí vas a currar a tope, es extraño, pero es la única manera de que te sientas bien.

Queda una hora, ya incluso te gusta. Y eso que no puedes más. Trabajar hace que te sientas bien. Ellos lo saben. Cuando esto acabe habremos recogido todo tan rápido que no se sabrá quien ha ganado. Ellos saben que esta mentira cuesta 36 euros. “-Te gustan las gangas?” “–Me encantan, me hacen sentirme vivo”.

Me encontré con una antigua chica de mi colegio mayor. Qué vergonzoso es encontrarte con alguien a quien conoces. Qué vergonzoso es conocer a alguien. No nos dijimos nada que no pudiese ser borrado inmediatamente del registro de las palabras humanas. La cosa se está acabando, lo hemos hecho bien, he tirado una bandeja, me ha molestado cuando Luis se ha reído. Pero el es así, puro, tienes que tomártelo en su pureza: se ríe porque era gracioso joder. Pero tú no conoces a Luis. Sigo: el carnaval se acaba y vuelven los morloks a las catacumbas a por sus verdaderas ropas. No hablé con ninguna chica guapa, y eso que gastamos muchísimas miradas. Luis casi se liga a una azafata doctorándose en estar de pie. A mi me gustaba una de las camareras, pero nada, cuando trabajas mucho se te quitan las ganas de sexo. Te entran cuando llegas a casa. Entonces te masturbas: la vida moderna.

36 euros, 4 horitas, una tarde durmiendo para descansar, desgana sexual, pelo sucio y dolor de brazo. Me siento más cerca del hombre que nunca. Salvadme.

Sombreros.

Quiero encontrar una buena cabeza para mis sombreros.