lunes, 26 de enero de 2009

Que duda cabe.

Es un tren. En un tren transcurre.

Hay dos posibilidades: colocarte en el sentido de su avance – y vais pasando a la par los lugares – o; de espaldas al camino – y llegas igualmente pero conociendo lo que dejas atrás.

Los tre-tre-trene-teren-trenn. Los trenes son muy bonitos.

¿Pero y el mar?

También. El mar también.

A lo que voy: un tren no te lleva, le sigues. Y aquí: un misterio. El llanto de la ventana no me deja escribir. Como un niño que llora, qué se yo: me despertó mi instinto ventanal. Tuve que mirar el paisaje, colocado.

Y a la altura de las Zorreras, descubrí que el que estaba llorando era yo.

Pero sin lágrimas ni nada. Llorando de verdad. En silencio. Satisfecho.

Niños, llorar no es malo. Pero no imitéis a las ventanas.

Ahora es cuando soy feliz.

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