jueves, 15 de enero de 2009

Tiempos.

Una playa. Soy un joven actor de cine de éxito, y estamos en una playa. Mil vatios alumbran mi cara pesarosa, puntiaguda. Rodamos una película. Soy el actor principal. Camino por la playa como si lo hubieran escrito, y miro algo, ese algo que no cabe en la pantalla. Es esa cola del film, esa en la que toda la sala espera electrizada que tome la decisión correcta. Por amor, como gusta.

El silencio fascinado de las señoras que han pasado el mejor tiempo de sus vidas frente a la pantalla bombea los ojos quietos de un espectador. “Vamos” murmura ese señor con bigote de rostro difuso.

A mi alrededor, un equipo de cinquenta personas me mira, también hay una grúa. Un lío de cables que parecen boas de arena lleva mis imágenes por sus gargantas. Camino por un trávelling, pero en la sala la playa está serena, límpida.

Tanto en la oscuridad compartida como en la playa todo el mundo guarda silencio. Pero son tiempos distintos, quizás muchos de los que están conmigo ahora hayan desaparecido. Pero – también ahora - la señora del peluquín de la segunda fila y el joven adjuntado a la pértiga, consumido, mendigando noches de sueño, me miran. Jamás se conocerán. Pero no importa, todos guardan silencio juntos. Me miran.

Me voy a dar cuenta de algo. Me paro en seco. El director – es un buen director – piensa en la sala y contiene la respiración.

Noto el aire fresco del ventilador eléctrico sacudiéndome la cara, del mismo modo en que la chica rubia de la tercera fila percibe una suave brisa. Además, me brillan los ojos, Carlos, del equipo, cuida de ese brillo y yo por el rabillo del ojo, tanto que parece un pensamiento profundo, miro la grúa preocupado sin recordar el plano.

Pero no importa, me daré cuenta. Mientras – al mismo tiempo - en la sala las manos de un joven se han crispado y han agarrado las de su novio, al que dejará la semana siguiente pero todavía piensa con ojos francos: “Ve por ella”.

Entonces, como si lo oyera: me doy cuenta. He estado la mitad de mi vida tomando decisiones erróneas, teniendo los pensamientos equivocados, pero hoy, en esa sala, miro a la cámara de la playa y la cámara me mira, es decir, nos miramos. Siento que soy el mundo. Y la sala se olvida. Siento que todo tiene sentido, los cables y los peluquines. No tengo miedo, sonrío; estaba previsto. Allí sentados al borde de la pantalla todos comprenden esa sonrisa. Es hoy. Todavía.

Y me doy la vuelta, y una pértiga me sigue como una aureola, es una ceremonia. La grúa se levanta porque empiezo a correr. La he visto. Sé que no hay crepúsculo, lo añadiremos pronto, pero sé que hay que creérselo, ellos se lo creen. El público aplaude. Presente.

El director dice: “corta”. Y 50 personas respiran de nuevo.

Pero sigo en la pantalla, corriendo. En otro plano, se la ve a ella, corriendo hacia mí y nos paramos antes de tocarnos. Intento decir algo. En la sala, un viejito se ha henchido en su asiento, seducido,
rememora algo que ha vivido.

Yo no recuerdo el texto, pero para ellos, son mis propias palabras. El diálogo es brillante. Ella se ríe. Nos besamos. Nos abrazamos. Tan solo eso. Para ellos, es el amor, agitados, las parejas se tocan: ha merecido la pena.

Una mujer de 40 años se ríe de tanto llorar. “Lo sabía” piensa.

La escena se corta. Entre vítores el equipo se abraza. La película acaba.

Pero seguimos besándonos, y el público se ha ido, y ha llegado otro, y seguimos besándonos.

Y pasan los años, ahora, siempre, y pasa, seguímos besándonos.

Durante años.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, no sé muy bien cómo, ( y qué más da..) he llegado hasta aquí. Y algo, algo inconcretable, me ha enganchado a tu forma de narrar.

Me pareció de cortesía felicitarte por el "algo". Norabuena!

Un saludo!

yokopatri dijo...

a mi me ha encantado lo de sentirme observada a traves de la peli, pienso en My blueberry nights, que aunque sea cursi me ha molado mucho...te la recomiendo!

Anónimo dijo...

A Perséfone:

Al principio no sabía si decir algo como "qué suerte" o "qué bonito" sería mejor que un "gracias", asi, flojito.

Pero luego ese "algo" del que hablas me siguió por el metro y subió por mi brazo y me pidió los papeles y tuve que mentir y hablar un falso Lepones, para despitarle. ¿Qué "algo"?

Hay qué perseguir una sensación mucho tiempo para darse cuenta de que la sensación te buscaba a ti.

Yo sí que he sentido "algo" al leer tu mensaje.

Merci, desconocida.

Un saludo.

Anónimo dijo...

A Yoko:

Estaría bien verla contigo. Con esto del cine no voy casi al cine.

Un abrazo.